Documentos Inéditos (XIV)

11/07/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)

Y España gana el mundial de futbol y lo veo y no lo creo pues me acuerdo de las cagadas de Clemente, del otra vez eliminados en cuartos, del tabique de Luis Enrique, del penalty errado por Eloy, del jodido Sandor Puhl, de la prorroga contra Yugoslavia con un Villarroya corriendo por todos, del otra vez para casa en cuartos…
Pero algún día esa jodida inferioridad sería vencida, pues sobre esta frase “somos españoles que quieres esperar” se levanta un acto heroico en forma de vendaval que se opone, capitaneando un nuevo rumbo del que sentirnos orgullosos, pues de vez en cuando somos testigos de algo extraordianario.

Y puede resultar curioso que tras un tijeretazo, un alto indice de paro y una constante crisis sea el deporte, concretamente el futbol el que cambie el ánimo de un pais y de millones de personas que por unos instantes se sienten unidas por algo. Y ahí radica la grandeza del futbol, la pasión que levanta, lo que mueve, lo que transmite ya sea en el propio campo, en una plaza tras una pantalla gigante, en un bar, en una casa junto al salón o incluso en una puta isla. Todo es futbol, todo es sentimiento, todo es ánimo. Y es desde el trabajo donde soy testigo de este momento histórico en el que marcó un jugador tan humilde como extraordinario, ese Iniesta al que le cuesta hablar, que escapa de los medios pues nunca creyó ser tan importante como para ser foco de tu atención, la humildad convertida en un don dentro de esa extraordinaria actitud, así es este chico de Fuentealbilla que pasará a la historia del futbol con ese gol cuando a la prorroga le quedaba un suspiro para llegar a los crueles penalties.

Pero no sólo es Iniesta pues ante todo destaca el grupo, lejos de personalismos, de extravagancias y caprichos todos reman en la misma dirección, impregnados por el buen rollo alcanzar las metas más difíciles se hace cada más viable, ese Iker, Puyol, Xavi, Villa, Ramos, Piqué … todos, todos valen para una generación inolvidable. Y como son esos momentos los que hacen de tu vida algo diferente, decido salir a celebrarlo, pues dentro de esa continua rutina que supone el vivir, de vez en cuando hay una sorpresa que llamará a tu puerta cuando pasen los años y será entonces cuando digas: “… pues cuando España ganó el mundial yo estaba en Ibiza, o en la puta isla, y no veas como estaban las calles cuando salí a celebrarlo” Por eso me baño rápido tras aparcar el coche en esa salvadora plaza de garaje, no sin antes atravesar las calles pitando y gritando, pues todo es un espectáculo.
Tanto el “OLO” como los demás coches hacen suya las calles ya que no sólo son los innumerables claxón de la marcha lenta de la victoria sino también el Oeeeeeeeeeee, Oeeeeeeeeee de todos nosotros, los exaltados conductores.
Me visto con una camiseta de ese rojo que hoy representa la fuerza, la virtud, el arrojo, y no paro de correr por unas calles con más y más gente y más y más banderas, para ser testigo junto con unos compañeros de trabajo de esa marea de satisfacción ebria que domina una isla en la que por una noche nuestros gritos y vitores estarán por encima del puto House de los cojones.
Ni siquiera me acuerdo de una inexistente cena que golpearía mi estómago en el nútrido momento con el que la fe se separa de los lamentos, ni siquiera me importa que el paso de las horas obvien una próxima estación llamada desayuno, sólo me importa ser fiel al grandioso instante que se respira en cada momento.Junto a la fuente que domina la calle Isidoro Macabich se agolpa la gente, todos formamos un improvisado centro pues hay que dejar espacio a ese repetido espectáculo de timbales y bombos que asemejando una puesta de sol en Benirrás hoy se trasladan a Ibiza centro, que mejor excusa que esta celebración multitudinaria para otra vez expresar ese lenguaje basado en continuos y repetidos golpes siguiendo un ritmo que en ocasiones puede tener cierto sentido.
Seguimos avanzando y toca una cerveza, la celebración con un trago mientras desde cualquier parte se repite la frase “yo soy español, español, españoooool… yo soy español, español, españooooool”.
Unas chicas montadas en un carro del Eroski son paradas por la policía, ni siquiera las hacen soplar para confiscarles el improvisado vehículo, ellas sonríen pues continúan exentas de multa, tras sus intactos puntos se esconde un embriagador avance a la más heroica exaltación de cultura futbolística.
La bandera española se convierte en elemento esencial dentro del atuendo que caracteriza esta justificada celebración, los hay que la llevan en forma de capa, otros como falda o a modo de camiseta junto a una peluca que les acerca al 11811, también los hay que prefieren llevarla junto con el tradicional tricornio de la guardia civil o a modo de montera simulando un torero exento de espada, todo es valido si junto a ella está ese mini de cerveza o ese cubata o esos gritos con los que te quieres diferenciar de aquellos que no sienten el triunfo de España. Pues un día es un día pensarán muchos y más en esta isla plagada de extrañas sustancias que desvirtúan su esencia alejandola de lo que debería ser una de los lugares más bonitos de España.

Las paradas se hacen innumerables, un garito en el puerto con una camarera que desde mi punto de vista me parece una pasada, nos unimos más y más compañeros junto a unas mesas cada vez más repletas de vasos con cubatas y botellas de cerveza. Todos gritamos bajo la atenta mirada de una cámara de fotos que trata de captar un instante de alegría que comparta nuestras singulares vidas.De la zona del Puerto a los garitos del centro de la ciudad, uno concretamente permanece todavía abierto pues pocos hay que sean constantes tanto en el verano como en el frío invierno. Allí todavía brotan imágenes perdidas de ese encuentro que nos tiene aquí celebrando una victoria que por los gritos y saltos hacemos nuestra. De nuevo el zapatazo de Iniesta para gritar esa repetida frase que hace del futbol algo radiante, con ese GOOOOOOOOL y esa voz la nuestra que se escucha por encima de una desnutrida música que adopta el papel más secundario que se le podría otorgar en ese momento, de nuevo el abrazo de un equipo que formará parte de la historia en una unión sincera que transmitió la fuerza necesaria frente a las patadas holandesas y el peor arbitraje que se recuerda. Y por último ese capitán alzando la copa mientras el mundo le observa, mientras nosotros le aplaudimos y alzamos nuestras cervezas.

Todo se repite, pero la alegría constante nunca es una extraña pasajera que pueda llegar a agobiarte pues no nos importaría dar vueltas y vueltas sobre ese mismo círculo inacabable.
El garitillo de invierno nos cierra sus puertas pues la noche se acaba, sólo queda Pacha como la discoteca más cercana, por eso nos acercamos hasta allí, dando una patada a la excepcionalidad del momento pues la reproducción de un mismo diseño ausente y sin sentido recae bajo nuestros pies una vez cruzamos la puerta de ese antro llamado discoteca. Las proclamas se esfuman por el continuo ruido de la pesadumbrez músical con la que justificar esa cercanía al ruído. En la pista más de lo mismo, innumerables almas exentas de misericordia alzan sus brazos no para celebrar el triunfo de España sino para endiosar a un menda que no a roto un plato, sólo se esconde bajo una cansina base sobre la que sobrevive robando de la melodía un instante que repite y repite por unos segundos casi minutos que recuerdan añorados extractos de esos Chemical Brothers o ese FatBoy Slim.
Y soy testigo del otra vez lo mismo, del continuo pase de cromos con si tengo u otra vez lo mismo de por medio, pues todos son pedazos de una recopilación sin éxito con la que engañarte para mantenerte en la cima del éxito pues no quieres que la noche acabe, sin preguntarte a ti mismo que cojones pintas en ese lugar tan alejado de ti, pues lo que era distinto está ya enterrado con la premura que percibes todo aquello que te hace daño.
Y entonces llega un inevitable final, como es mi caso, malherido por ese incesante chumba-chumba que irremediablemente acaba conmigo, pues tras media hora en este submundo de la crueldad electrónica recojo el testigo y escapo por la puerta, dejando atrás la alegría, las celebraciones … pues mañana será otro día más en la repetición de las sucesivas acciones.

Y después de esa noche mi cuerpo se levanta bien entrada la mañana dando pie a una tarde desterrada, sin un frío desayuno sin una comida con la que alimentarte pues no queda nada para prepararte, sólo bajar y comprar como de costumbre ese histórico pollo asado que nos salva del aprieto de un mañana atado a una celebración que será recordada con el paso inexorable del tiempo.Tras la comida sólo queda dormir una extensa siesta, pues todo tiene sus consecuencias aunque algunas no contemplen ni los más sinceros remordimientos. Y es entonces cuando la permanente sintonía del sueño me acoge en su regazo, oscuro limpio rebosante de silencio, por un instante creo estar en el limbo cuando solo estoy bajo el influjo de mis sueños.
Pero el despertador suena una vez más produciendo el repetido arranque de un motor ya agripado, pues hoy toca currar de noche, y como cada día hay que hacer frente a la realidad que a cada uno le toca vivir y esta no tiene que por qué estar exenta de celebraciones.

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