27-03-10

27/03/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
Suena “DownTown Train” de Tom Waits, mientras mis ojos cada vez más pesados, se enfrentan a su reto diario, abrirse al mundo exterior. Ibiza ya no les sorprende, la puta isla ya nos ha dado todo lo que tenía que ofrecer. El sol es un aliciente como también puede serlo el mercadillo situado en San José. Al que sin duda me acercaré, como la mayoría de los ibicencos, pues que vas a hacer. En una isla sin alicientes, salvo una borrachera en un desierto pub o un mantenerte en pie y no caerte en una solitaria discoteca. El verano está al caer, como lo está mi moral.
El mercadillo situado en el mismo hipódromo, se encuentra rodeado de coches, encontrar aparcamiento parece ser misión imposible. Los minutos se convierten en más minutos e incluso podrían ser horas. Pero nada me sorprende, pues los ibicencos vamos juntos a todos lados, nos encontramos en los mismos lugares, una y otra vez, incluso por enésima vez. Todos de la mano, metafóricamente hablando. Como todo aquí, una metáfora del esperpento. Valle-Inclan disfrutaría, acabaría poniendose hasta las cejas el muy cabrón.
En una maniobra digna de Fernando Alonso, consigo aparcar entre una horrenda furgoneta, si cabe más sucia que mi “OLO” y un Seat que se llama igual que la puta isla de mierda. Cientos de puestos pueblan las arenas del hipódromo, hippies con gitanos, gitanos con hippies, no se sabe quien es más gitano ni quien es más hippie; todos con las uñas negras, la barba descuidada, la piel morena quizás por el sol, quizás por la mierda. Desde arriba el “Lorenzo” hace su trabajo, calentando nuestras cabezas, secando aún mas la tierra, respiramos la arena que levantamos y el polvo rápidamente se pega en la ropa. Me cruzo con Silke, en sus brazos un crio pequeño. Se da dos besos con un borrachillo, el cual esconde su resaca bajo una chupa de cuero, que quizás le provoque una insolación, pues deshidratarse será difícil, con lo que lleva bebido. Sin embargo como toda precaución es poca, nuestro amigo sujeta en su mano derecha un bote de Mahou, al que se aferra como si su vida dependiese de ello, incluso cuando resbala con un malintencionado escalón.
- Perdona, ¿estás bien? – le dice Silke, mientras el crío se solidariza con alguien que como él todavía no consigue andar con cierta soltura. ¿Por qué no le llevarán en brazos, como yo? quizás piense.

Pero así de injusta es la sociedad ibicenca que no cuida a sus borrachos; bien podría aprender de ellos, bien podría aprender de este borracho; como lleva en brazos su bote de Mahou, el amor que le procesa, le abraza y le besa en forma de trago, pues sólo tiene ojos para él, despreocupándose de si mismo, olvidando salvaguardar su integridad física tras sufrir un resbalón; con la mirada fija en su amado bote, su cuerpo se contornea, desdoblándose hasta conseguir una increíble postura sólo por salvar su querida cerveza, incluso daría con sus huesos en la tierra por mantener en su mano ese bote de Mahou intacto, al que mira esperando su gratitud en forma de trago, héroe habría que llamarle; anónimo héroe y anónimo borracho.
El mercado de San José, forma parte del enésimo timo ibicenco, sólo tiene una virtud, el no querer nada de lo que allí se vende, ni siquiera regalado; mientras el sol se ceba con el negro uniforme de ibicenco, admiro otro puesto más, el enésimo puesto. Mi asombro no tiene límites cuando sobre una roída mesa se nos muestra una amplia gama de calzoncillos de segunda mano. Calvin Klein estará orgulloso de observar como sus calzoncillos perduran en el tiempo, pasando de unos a otros por el módico precio de 5 euros. Qué importa las zurraspas, las meadas y los restos de leche no condensada, cuando hablamos de unos calzoncillos CALVIN KLEIN; señores que son CALVIN KLEIN, me kago en la oxtia. Pero yo no soy hippie, no soy ibicenco y no tengo ni puta idea; es más no se ni lo que soy, por tanto es comprensible que no entienda el placer que supone ponerte los calzoncillos de otro, de ajustar tu minga donde ya la ajustaron otros, de que tus pelos se mezclen con los de otros, en un alarde de progresismo, lo tuyo es mío, lo mío es tuyo. Compartamos meada, cagada y leche condensada. Ya nada me sorprende, así es Ibiza.
Un nuevo puesto ibicenco, en la variedad está el buen gusto pensarán ellos, pues sobre una manta conviven todo tipo de objetos; desde una maleta de dimensiones estratosféricas, hasta carcasas de móviles, viejos dvds, una televisión reñida con la señal digital, viejos libros, un Trivial Pursuit con las tarjetas tan desgastadas como lo son sus respuestas. Todo está a la venta.
Un nuevo paseo y una segunda vuelta mientras un niño llora desconsoladamente desde su carro. Su padre ajusta la sombrilla pero el sol no es su enemigo, sus llantos se oyen pero no parecen ser comprendidos. Sólo él reivindica el esperpento de este horrible mercadillo. Nadie le comprende y él se desespera. Todavía es joven y tiene fe en el mundo ibicenco. Ya le cambiarán los acontecimientos, paseará como alma en pena por estos “puestecillos”, buscando lo imposible.
Un puesto de artesanía, sobre una mesa escayolas con el nombre de tortugas piden urgentemente su sacrificio, estridentes colores que provocaron la eventual ceguera del artista y una huida al mundo de las sustancias psicotrópicas. Nunca el reciclaje estuvo más justificado.
Ropa y más ropa, cubierta por la arena, quizás así mejor pues no se ve la mierda, libros de hojas amarillas, doblados, calientes por el sol, junto a neumáticos gastados, como lo empiezo a estar yo. Unas bragas usadas conviven con un par de calcetines tan sudados que simulan tener vida propia. Un sujetador y unas gafas de sol, todo mezclado formando una sociedad de clases y colores, tratados por igual, pues todo cuesta 3 euros, elije lo que quieras. Unas zapatillas con la suela gastada, unos pañuelos, un sombrero, iguales ante la ley pues todo cuesta 3 euros. Un ejemplo de sociedad ibicenca.
Me dirijo a la salida, junto al rincón unos rastafaris pinchan música para nuestros privilegiados oídos, sus seguidores bailan, conversan y fuman porros. La música resulta compatible con todo.
Sesión de pesas en el “Nirvana”, junto a la playa de Bossa dos privilegiadas consiguen disfrutar de esta calurosa mañana; la primera con un acogedor baño, la segunda con un admirado strep-tease, admirado por un grupo de ibicencos que no parece quitar ojo a sus fabulosas peras. Ha llegado el verano, al menos por unas horas.
COMIDA.- Salchichas con tomate acompañado por una extensa ensalada. Unas compras en el Eroski y mi enésima coción de pasta. Mañana comienza mi jornada laboral.

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