04-05-10

04/05/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
Hoy es otro día de mierda, no sólo el sol se esconde sino que la lluvia cae con más fuerza. Sobre las aceras la lluvia se agolpa formando enormes charcos de mierda. Pobres ibicencos por no estar preparados para el diluvio universal, las calles adolecen de un perfecto desagüe por el que expulsar tanta agua sobrante, las aceras se hacen intransitables mientras los coches salpican continuas bocanadas de barro y mierda.
Como un torrente el agua recorre el cauce del dolor, nunca una primavera fue tan cruel con esta isla de mierda. El agua cada vez más intensa forma improvisados riachuelos que recorren cada uno de los caminos y cada una de las aceras. Venecia no está tan lejos. Los ibicencos no dicen nada sólo esquivan el agua que salpican esas embarcaciones anteriormente conocidas como coches. Sus ruedas se asemejan a las antaño pistolas de agua, sus disparos impactan contra los pantalones y los zapatos de unos individuos más que resignados. La isla no parece estar acostumbrada a la lluvia, ni tampoco sus habitantes. Con movimientos torpes superan los numerosos obstáculos dejando tras de si un reguero de barro, sus pies cada vez más mojados se sienten extranjeros por unas calles que hasta ahora conocían. Los comercios gritan acorralados por el temor a una inesperada inundación, sus puertas cerradas ya no sirven de nada y sus propietarios se lamentan por un nuevo día perdido en esta isla de mierda.

Pasadas las diez de la mañana la lluvia parece remitir, la naturaleza es poderosa sin llegar a ser cruel, no es despiadada como algunos la acusan, sólo el hombre lo es. Construyendo donde no es posible, derribando cualquier oposición en pro de una civilización que incumple todos los códigos existentes, quemando sus bosques, ensuciando cada vez más los suelos con su basura, con sus miserias pero la naturaleza perdona, de vez en cuando un berrinche, un amago pero el hombre no escarmienta, somos nuestro mayor enemigo jodiendo todo lo que nos rodea. Nuestras diferencias son fruto de nuestra vergüenza, y la naturaleza lo sabe. Algun día reaccionará por cada una de nuestras ofensas.

Me acerco a la tienda de MoviStar para contratar una tarifa plana, la Mini Tarifa la llaman, suficiente para mi, pues si no puedo descargarme nada tampoco voy a estar navegando continuamente, entrar en mi correo, el Messenger, Facebook y poco más, me limitaré a eso. Me atiende para no variar otro pivón más en la geografía ibicenca. Yo la recordaba rubia y no como ahora morena, pero el orden de los factores no altera el producto y la chica sigue igual de buena.
Acudo a La Mariana, salvando los charcos, saltando y esquivando aquella agua que rebota sobre las paredes, sobre las puertas, sobre las propias pisadas de cada ibicenco, parece que esta agua no desea filtrarse rumbo al submundo marítimo, pues el mar está debajo de nosotros, otorgándonos una licencia para ocupar este pedazo de tierra. No se cuanto pagarán pero por poco que sea, no merece la pena. La Mariana o como se llame esa chica tan maja que transita por la barra me hace una pregunta tan sorprendente como inesperada:
- ¿Quieres tomar un pincho con el zumo de melocotón? –
Mi sorpresa es mayúscula, aún no me lo creo pero quizás sea cierto y después de casi seis meses de mierda puedo decir que ya pertenezco a la puta sociedad ibicenca. Me estoy integrando, con los brazos abiertos me acogen, preguntándome por ese pincho tan elitista como una marca cara, tan deseado como el culo de la Pataki, en un día tan importante como el extenso mundo que domina mi amiga La Mariana. Yo la contesto, “no te molestes”, pues mis continuos reclamos para conseguir el ansiado pincho sólo eran una maniobra de distracción para disfrutar de ese arte que vive dentro de mi, el arte de tocar los cojones, de sacar punta a las cosas. Que le vamos a hacer si cada uno es como es y tiene su idiosincrasia. Yo no puedo remediarlo, como una bestia parda se apodera de mi y busca reparos, contradicciones, dentro de un mundo ya de por si confuso y carente de sentido. El quejarme por quejarme para casi nadie es un arte, tampoco para mi, pues simplemente lo entiendo como una forma de vida, de supervivencia. Quizás nunca encuentre la felicidad, pero quien coño quiere ser feliz en esta puta isla de mierda, con cada vez más lluvia, con cada vez más aire, con cada vez más y más gente. Pues la puta isla parece llenarse de vida, pero una vida inerte, carente de sentimientos, sin una gota de interés por mi parte pues todos son iguales, vistos unos vistos todos, formas sin forma que viven en su segunda vivienda, costeada a base de engaños y el sufrimiento de otra gente, de todos aquellos que realmente no pueden estar aquí disfrutando de su trabajo, de su honradez, de su rectitud y de sus numerosas virtudes. Pero la virtud escapa de cualquier ambición materialista, de cualquier apariencia engañosa, por eso esta isla atrae a todos aquellos pasaos que bajo esas estrafalarias gafas, esa boca torcida y esa ropa tan llamativa esconden un corazón plano carente de sentimientos pues no son capaces de ver más allá de ellos mismos ni son capaces de enfrentarse al dominio electrónico.

Retomo mi promesa, más que nada para tener limpia mi conciencia y acudo al gimnasio, ya desde la puerta retumban los primeros ecos de la molesta música electrónica, esta suena aún con mas fuerza que la última vez que escapé victima del puto dolor de cabeza. Paso mi dedo por el detector de huellas sin que el torno se abra, una vez más el fuera de ley acude al gimnasio, “¿pones bien el dedo?, me dice la tia buena de recepción. Vuelvo a poner el dedo encima de un detector que o no me conoce o no le sale de los cojones que pase. La rutina de costumbre.
- ¿Estas poniendo el dedo arriba del todo?, me dice la tia buena de recepción
- Si – la digo sorprendido, pues quizás todo sea fruto de un descuido, ¿por que no asistí a la clase de cómo poner el dedo?, una acción tan compleja y yo sin un mísero manual ¿qué será de mi vida si no se poner el dedo?
- Aprieta ahora – me comenta decididamente, sin yo saber a que parte del cuerpo se refiere, supongo que al dedo, sin embargo comienzo a tener mis dudas cuando se agacha para escribir la palabra mágica en el ordenador y consigo verla ese pedazo de escote. ¿Qué es lo que tenía que apretar? ¿Dónde estoy? y que hago con el dedo metido aquí.
- Ya puedes pasar – me dice, sin yo enterarme; con la vista fija, los ojos platos y el dedo … a quien le importa el dedo.

Dejo el reproductor en los vestuarios pues sería como derribar tanques a pedradas, no entiendo la atracción de la música electrónica por esta gente, les domina a su antojo, como esclavos del tecno-house suben y suben el volumen de sus aparatos de música cuando van en sus coches, en los comercios suena un hilo musical de lo más desesperante y en el gimnasio, como ocurre ahora mismo, no hay lugar donde estar a salvo de este ruido infernal. La música electrónica les ha sometido, no tienen alma sólo desperdicio, antes divino que pasar inadvertido, todos quieren convertirse en el hijo predilecto de la música electrónica. Cuanto más pasaos vayan, más cercanos estarán a ella. Lo mismo ocurre con sus ropas, no sólo hay que llamar la atención, hay que gritarla, voces extrañas sobre un mundo electrónico que convive con un apacible mar. Hasta el momento, pues que pensara el mar con todo este ruido de mierda, el chumba-chumba continuo, llegará un día que le tocarán los cojones y mandará el puto trozo de tierra a tomar por culo.

Llego a casa y tras una ligera cena me meto en el sobre, intento leer “PULP” una nueva novela de Charles Bukowski, sólo son intentos frustrados pues la luz de la lámpara enfoca directamente a mis ojos, motitas rojas sobre las hojas impiden ver las letras y por ello las palabras. Me cago en esta puta luz de mierda, ni leer tumbado me deja; cierro los ojos y la mancha roja toma forma en la oscuridad, parece una isla dominada por un ruido electrónico y encima de ella unas letras … I B I … ¡¡¡Coño Ibiza, la puta isla de mierda!!!!. Apago la luz y cierro los ojos, pues por hoy ya basta. Cuando las tontadas se adueñan de mi una retirada a tiempo es más que una victoria.

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