XVIII

REFLEXIONES DESDE LA CLANDESTINIDAD
(Desde la "Puta Isla de Mierda", a veces, hasta los huevos de ella)

Como en el comedor, la caja tonta me hace compañía; media hora al día, una hora escasa, lo que transcurre un suspiro tras la dulce nostalgia. Un partido de futbol, “SE LO QUE HICISTEIS…”, poco más que eso le doy de mi ...tiempo. Pues la televisión te lo da todo hecho y a mi me gusta imaginar, montar historias, no ser victima de insustanciales anécdotas ya programadas. A veces veo una serie, una película pero el final nunca llega, todo queda sumergido por los continuos anuncios, que si un cuerpo perfecto, que si el coche con el que conducir tus sueños… el puto marketing con el que atraer a la masa, con el que dirigir nuestras vidas al bastardo y despiadado consumismo.

Un anuncio más entre los muchos, pero este toca mi corazón. En él aparece Pau Gasol solicitando ayuda a los más desfavorecidos. Una simple silla de ruedas para un niño de Etiopía que no tiene ese artículo tan necesario. Una cosa que no significa nada en esta sociedad la occidental, de la que tanto se habla y a la que tanto se alaba.
Y entonces algo araña mi conciencia, algo me jode y me corroe por dentro, como una especie de juez y parte que dictamina lo malvado que podemos llegar a ser con nuestros semejantes. Y me veo comiendo mientras otros tienen hambre, y me veo escribiendo cosas insustanciales que sólo demuestran ese lado de consentido egoísta que me hace despreciar todo lo que tengo. Y por mucho que cierro los ojos todavía veo a un niño mimado y poco tolerante que manipula a su antojo la realidad para auto lamentarse.

Los anuncios pasan y yo sigo sin hacer nada, sentado como un inútil mi única labor humanitaria es llevar comida a mi boca sin reproches ni disputas. Hasta que el zapping me conduce a un programa en el que la peña disfruta enseñando sus casas; mansiones cercanas al infierno del capricho y la perdición. Dinero malgastado en insípidas flagelaciones que sólo demuestran su avaricia. Y entonces por desgracia dejo de sentirme culpable por unos momentos, pues mi humildad económica no es más que un caparazón para consolarme por mi nula actitud hacia los más necesitados, por mi cercanía a una dejadez que cada vez más se aproxima a la negación. Y no quiero mirarme en el vecino para lavar mis pecados, pero de algún modo lo hago.

0 comentarios:

Publicar un comentario