14-06-10

14/06/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
Más de una semana sin escribir y por fin me encuentro contigo mi fiel amigo, frente a frente los dos sin que ello sea un castigo, ni una disputa sólo un deseado encuentro en el que escribo y escribo… mis dedos no van tan rápido, desentrenados, dormidos, de vuelta a mi pequeño paraíso; mis ideas no recorren el sabor de los recuerdos como quisiera, es posible se hayan escondido de la palabra y esta a su vez de los continuos diálogos sin sentido. Bukowski en un poema dijo: ”mientras la mayoría de la gente lo desperdicia todo conversando yo lo escribo”, yo he caido en un continuo desvarío olvidando mis otros sentidos, victima de cualquier dialogo infructuoso, de la risa fácil, siento no haber podido estar el tiempo que quisiera contigo, así es mi querido portátil, yo también arrastro mi culpabilidad por las cansadas espaldas del abismo, no muy lejos de ti la lejana incomprensión es ya fruto del olvido.
Mientras escribo observo esa picadura que vive en mi brazo a costa de la más efímera de las nostalgias, un pequeño animal terrestre defendió su territorio de una mano que caía amenazando lo poco o mucho que suponía su vida; los hay que se aferran a lo suyo, su casa, sus ideas, su territorio y no lo cambian por nada del mundo. Una felicidad irreal, vendida a base de un continuo escape por el camino del desengaño. Los hay que venden cara su vida, como espartanos luchan contra el imperio del gigante, sin razonar tan siquiera. Los hay que no tienen miedo de sus miedos, acostumbrados al hedor de sus temores hacen frente a cualquier contratiempo en forma de envidiable nobleza. Los hay que no tienen miedo a cambiar, a reconocer sus errores y dar un nuevo rumbo a su vida. ¿A cual de estos grupos pertenece ese insecto de la playa de Illetes?, pues todos caemos en los sentimientos, y todos hacemos de algo lo nuestro, algo tan antiguo como la posesión, algo como la felicidad en un pequeño lugar donde todo es facil y sencillo y por unos segundos la vida deja de ser eso puta vida. Quizás por eso me atacó por defender sus ideales, o quizás porque sólo sea un cabrón. Pero ya poco queda de esa herida pues nada más llegar a la isla algo hizo mella en esta picadura para desaparecer bajo las cicatrices de cualquier sin sentido. La isla actuó como el pastor cuida de su rebaño, sabe que soy un residente más que cae en sus brazos victima del cansancio, que sólo escribe mal de ella pero luego la defiende como aquel insecto defendió su territorio. Mi picadura no es mortal pero si hace pensar, mi crítica le agrada. Por eso sé que me tiene aprecio como yo se lo tengo a ella.
Pues como a ella me tocan las cojones aquellos “pasaos” que no la respetan, que dejan toda su basura en el suelo, que cagan sus mierdas en vomitonas, meadas y nauseas de estercolero, que no muestran un mínimo respeto por esta isla, por sus paisajes, sus aguas cristalinas y el inconfundible azul de su cielo. De esos garitos que pueblan las playas algunos perfectos mientras que otros no son más que enemigos feroces del inofensivo ecosistema. Ese Bora-Bora que destroza cualquier sueño de gratitud en pro de una música demencial que extemina los sufridos timpanos de la isla. Allí estaba ese Spiderman derrotado por los excesos, subido en una plataforma como un mortal más moviendo sus perdidos brazos, exento de su poder aracnido se balancea buscando una explicación que justifique la decadencia humana. Me saluda, mi camiseta de Lobezno es todo un reclamo, asiento con la cabeza pues no le digo nada, pues como él sólo vivo de los recuerdos del lejano auge de la entonces raza más humana. Resisto mis impulsos a dejarme llevar como cualquier vil mortal, de mover la cabeza presa de esa horrible música que mutila tus mínimas ansias de decencia, de no saber donde estoy ni lo que hago, de traspasar la estrecha frontera del bien y el mal.
Pero la isla siempre me ofrece buenos postres, como las excepcionales películas busca un final épico, la sorpresa de lo impactante, por eso recorro el Kumharas, que como dice ese folleto que lo anuncia: “un paraíso en la costa oeste de la isla, un bonito marco, la mejor puesta de sol y un relajante crepusculo …” no se que decir, salvo que me parece un buen final como lo es Casablanca y ese Humprey Bogart, como lo tiene El Padrino II en una horrible soledad de poder y violencia, como lo tiene Kumharas con ese sol que se esconde con el hipnotizante arte del fuego cayendo sobre un mar que lo esconde y lo tapa, por hoy ya ha sido bastante parece decirnos la isla, pues ahora llega la noche. Colgado en la pared de mi habitación una especie de tela con un slogan en forma de bandera “Una persona sólo necesita tres cosas para ser realmente feliz en este mundo: alguien a quien amar, algo que hacer y algo en lo que creer” eso parece decir ese buda de color oro que contrasta sobre el negro de la tela. Un bonito slogan importado desde el Kumharas, que a acerca la sencillez a una habitación cada vez más poblada de objetos y recuerdos, muchos de ellos ibicencos, pues ya cuando miro el cielo me siento feliz con esa savia que brota de mi alma y me hace más y más isleño. Pues no todo se reduce a respirar multitud, ni a encontrarme conmigo mismo, ni a mirarme en el espejo con ese nuevo corte de pelo casi al cero, casi al uno o al dos, con una frente en forma de cresta, con una actitud completamente nueva pues de ese sonambulo ibicenco creo que ya nada queda.
Pero vuelvo a escribir y la palabra de nuevo comienza a fluir en este continuo teclear cada vez más rápido, cada vez más acogedor, en un silencio sólo enturbiado por el placentero sonido de los dedos sobre un teclado, sobre un portátil al que he añorado en todo momento. Las palabras estaban escondidas como la tardía individualidad, como el saber apreciar la nula hostilidad de convivir consigo mismo, pero estaban ahí no me han abandonado a mi destino y es por ello por lo que sonrío, la gratificante familiaridad del goteo sincero de las palabras me lleva a transportarme a la inspiración del momento y a ser sincero conmigo, con la isla y con todo aquel que lee lo que escribo.
Pero la multitud puede ser agradable aunque sólo sea un momento, como lo fue Benirrás y su continuo sónido de timbales, bajo un ritmo monótono se movía el hormiguero, mujeres bellas junto a ti disfrutando del momento, un pequeño instante mientras el sol cae de ese trono que es el cielo. Unos bailan, otros se bañan o se sientan en sus toallas, otros optan por permanecer sentados con su cerveza o con su pareja y por un momento la multitud emana algo de belleza. El hacer lo que quiero sin hacer daño a nadie, ¿tanto cuesta exportarlo fuera de esta frontera?, sin necesidad de timbales, de una puesta de sol, con las sustancias liberadas de su rol y hacia una eternidad cansada de observar como el hombre no es más que un enemigo de la creación.

0 comentarios:

Publicar un comentario