Documentos Inéditos (IX)

04/07/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)

El cielo parece decirnos que el verano no va a durar eternamente, poblado de nubes mirarle supone un lamento. ¿Dónde está el sol? escondido, secuestrado … no se, quizás haya llegado tarde a su obligada cita y avergonzado se encuentre en un rincón añorando aquellos instantes en los que sus rayos penetran sobre aquellos inconscientes mortales que si bien rehuyen mirarle luego no tienen ningún reparo a la hora de exponer su piel a esa metamorfosis de calor y color que supone estar tumbado en la playa a ciertas horas del día.
Así tras abrir la ventana y dejar que entre un nuevo aire, sorprendentemente mi ánimo no parece decaer, posiblemente haya olvidado aquellos bajones invernales, o quizás mis planes no dependan en gran medida ni del sol, ni del viento, ni de esas gotas de lluvia que parecen caer interminablemente. Pues tengo pensado ir al gimnasio, no se ni como ni por qué vino a mi esa idea, quizás al verme al espejo y sorprenderme tras esas pistoleras pero no lo creo, pues ellas vienen conmigo ya desde los primeros rotulos de la historia, es más hasta son mis amigas, mis compañeras, incluso hablamos, yo a regañadientes pues a veces pienso aunque sólo un momento que me gustaría estar sin ellas. Posiblemente mi moralidad me haga actuar de esta manera, pues tras pagar tres meses de gimnasio me sabe mal no aprovecharlo, la sensación de tirar el dinero despierta mi conciencia dando a mi vida un renovado ánimo y una nueva alma de deportista. Nunca me he movido bajo el sucio influjo monetario, sin embargo me jode tener la posibilidad de hacer algo y dejarlo pasar sin beneficiarme de ello.
Es por eso que estoy más tranquilo, pues hasta ahora nunca he pensado en el dinero como algo que limite mis impulsos; quien no tiene ganas de rendirse un humilde homenaje con la compra de unas zapatillas, una sudadera, una comida o cena, algo de música … todo ello sin mirar el precio, aunque sólo sea de vez en cuando para disfrutar el momento, o simplemente para no ser presa del dinero y escapar de sus ataduras sintiendote libre tras el suspiro de un instante. Por eso estoy en el gimnasio, aunque sean las dos del mediodía y a las tres cierren, aunque tenga que bañarme y mi entrenamiento se limite a darme prisa pues el tiempo apremia, pero al menos estoy ahí vengandome de mi conciencia, pues aunque debil y sufrido a veces consigo algo más que vencer los remordimientos que hacen de nosotros fichas de ajedrez fácilmente predecibles. Sin embargo los remordimientos como la conciencia forman parte de nosotros dandonos ese toque de humanidad por el cual nos distinguimos los unos de los otros. Pues no creo que seamos tan diferentes por el color de la piel, o del pelo o los ojos, o cualquier aspecto fácilmente distingible a simple vista sino más bien por nuestro comportamiento, o más bien por sentirnos culpables tras nuestros errores teniendo esa capacidad de pedir perdón y variar ese aspecto que molesta de tu personalidad. Y ahí es donde actúa la conciencia.
En fin, que el gilipollas es gilipollas independientemente de donde haya nacido, creído, comido, respirado o sea verde, azul o amarillo.

Resumiendo, que tras esa sesión benévolamente llamada de pesas me recojo dirección a una cocina y una mesa sobre todo con comida pues el hambre aprieta. Un filete de ternera el único que quedaba en la nevera, sólo y triste pedía ya el digno sacrificio del aceite bajo la plancha, no muy hecho pero tampoco relleno con su sangre. Como diría Bukowski cuando el aceite se encuentre ya caliente en una sarten ya repleta de sal será el momento de echar el filete y tras beber un trago de whiskey le daremos la vuelta.
Otro trago y listo para ser entregado al plato que le mantendrá ocupado hasta nuestra rápida ejecución. Un café con hielo, como único remedio a la caída al vacio que muestran mis ojos. Pues que haría yo sin este salvador remedio. Quizás vagaría errante sin un golpe en la mesa que resucitara mi estado de ánimo, sería un alma sin coraje que repetiría una y otra vez los mismos errores pues nunca despertaría de ese camino que te lleva a ninguna parte.
Por eso tras el café encuentro una salida a estas cuatro paredes que tanto me angustian y tanto me agobian, pues por extraño que parezca tengo cierta sensación de abatimiento cuando ando por el pasillo y veo sucio el suelo, cuando me acerco a la habitación y ya desde la entrada se asemeja a un hervidero o cuando de lejos atisbo un baño algo desordenado sin que nada tenga arreglo. Todo ello desgasta mi corazón y me hace huir por la ansiada puerta, lejos de malentendidos, de la fatídica convivencia, de la batalla perdida y de una isla y un verano del que no veo ninguna razón para obviarle encerrado en un vacío cada vez más hondo de sentimientos.

La lluvia caída parece haber acabado por unas horas con el calor reinante, todo un alago por parte de las nubes, pues ya que esconden el sol que al menos acaben con este puto calor. De camino al coche me fijo en un perro y como su dueña recoge su mierda con una bolsa de plastico. Tras cagar el animalico se queda quieto, esperandola… que menos por alguien que recoge con tanto amor tu mierda. Quizás no entienda de sentimientos, pues cada uno lo expresa de una manera, pero que alguien recoja tus excrementos puede ser muy alagador en ciertos momentos. A mi me desde luego me costaría mucho cuando no digo bastante.
Pero en fin cada uno es como es y tiene su idiosincrasia yo por ejemplo me contento con otro café con hielo mientras veo a Nadal ganar la final de Wimbledon.

Así tras haber llegado a Santa Eulalia me siento en una terraza con una pantalla de televisión cuya inmensidad roza el oceano, toda una virtud que hace que me hace disfrutar mientras tomo el enesimo café con hielo. La cafeína forma parte de mí, pues soy musculos, huesos, agua y cafeína mucha cafeína, la sangre que recorre mis venas riega insuficientemente todos mis organos, pues estos sólo quieren la puta cafeína para apretar el interruptor de la vida. Yo les doy ese gusto, tampoco piden mucho. Un deseo sencillo, simple como debería ser la vida; saber lo que quieres en cada momento sin innecesarios desvíos que te alejen de ese claro, que te confundan, que te hagan ver lo que no eres y te hagan desear lo prohibido.
Pues a veces el humilde conformismo es de sabios, como admirable es disfrutar del placer de lo sencillo, lo espontaneo, de un deseo tan humilde como extraordinario, pues las peras nunca estarán en el olmo y pedir lo imposible no es más que una frase hecha con la que llamar la atención sobre aquella gente con verdaderas necesidades, victimas de las continuas desigualdades y de un sufrimiento que nada tiene que ver con un absurdo capricho.Pues cualquier objetivo requiere un ápice de sufrimiento, ahora veo a Nadal recoger su trofeo, mientras dos turistas le gritan guapo, pero nadie sabemos lo que ha pasado para llegar a este momento. ¿Como lo vamos a saber? cuando nosotros sólo somos nosotros, ni más ni menos. Yo con el café y ellas dos con un considerable pedo. Una de ellas sonríe intermitentemente, tuerce la cabeza siguiendo una periódica rutina basada en pequeños intervalos de tiempo, la otra sonríe, se cae hacia atrás chocando contra la pared, pues irá castaña pero no por ello perdió su cabeza tras elegir un sitio que le ofreciera la seguridad de disfrutar sin miedo. Ahora se cae hacia un lado, concretamente el izquierdo, pero también ese franco está protegido tras acomodarse en una especie de sillón que provoca que permanezca tumbada riendose. No se cuantos años tienen, quizás pasen de cuarenta pero ¿acaso eso tiene que ser un problema?, ni para mi ni tampoco para ellas, pues cada vez que habla Nadal alzan los brazos y se dicen “que guapo es este chaval”.

Nadal es un sufridor nato, lucha, corre hasta la extenuación y se recupera de las lesiones sin interpretar el papel de victima, sin darse importancia pues los exitos y fracasos en su carrera son gracias a su trabajo, no busca gratuitos alagadores, ni forofos, ni los típicos pelotas, sólo quiere ganar y hacer bien su trabajo. Es por eso que me cae bien, por su humildad, por su fuerza y coraje en todos los partidos pues nunca se da por vencido, por el sufrimiento en los entrenamientos y por todo aquello que hace restandose importancia. Y me jode que la peña no valore el sufrimiento por llegar a algo, ya no por Nadal sino también por nosotros los funcionarios, pues parece que somos culpables por ser tantos, por no atender bien en alguna ocasión a alguien o porque simplemente se viva un época de crisis. Que les bajen el sueldo, que quiten a unos cuantos reclaman todos esos demandadores de humo, pues ellos no son capaces de reservar parte de su vida en pro de la seguridad que te pueda ofrecer un futuro, de sacrificarse por algo que quizás sea inalcanzable y que te lleve a apartarte por un tiempo de todo lo bueno; pero reconocer la cruda realidad no está al alcance de todos, por ello siempre hay algunos que disfrutan jodiendo a otros.

Regreso a casa para cambiarme, a pesar de la lluvia y de un tiempo no tan caluroso, la humedad sigue reinando a sus anchas provocando que mis sobacos imiten a esas sufridas fuentes que cada vez más ahogan sus lamentos bajo unas aguas cada vez más estropeadas. Tras cambiarme acudo al cine para ver la tercera parte de “Eclipse”, esa película que hace las delicias de la muchachada.

El pasillo por el cual se accede al cine y a la taquilla donde comprar las entradas está abarrotado por una heterogenea multitud, jóvenes, menos jóvenes, turistas e ibicencos todos de su padre y de su madre, con una cosa en común, él estar hasta los cojones de esperar. Pues aquí en esta isla el horario no es muestra de compromiso, está ahí como mero objeto decorativo sin obligar a nada ni a nadie. Y esto es envidiable, pues las prisas te trasladan más rapidamente a la perdición que vivimos cada día, pero en ocasiones el esperar puede ser más que frustrante, pues no es lo mismo estar sentado en la sala junto a unas decenas de personas que permanecer de pie derecho junto a una multitud que respira, huele y se mueve constantemente sobre un mínimo espacio vital que cada vez es más difícil reservar.
De vez en cuando hay una avalancha y la gente grita, no se si de felicidad pues la multitud cada vez es más confusa e impredecible sobre todo cuando cientos de personas esperan ansiosas a esos putos vampiros que si nos vieran a todos juntos tan apretujados se pondrían las botas. Pues no hay escapatoria, como piezas de puzle cuando uno se mueve arrastra a otros tantos y a los que vienen de fuera, pues ya va para media hora de retraso y lo que queda. Una baja, la silueta de un perro que muestra el cartel que anuncia el próximo estreno es herido no se si de muerte, “Marmudake vive a lo grande” pone en letras grandes, la próxima película que ya comienza con desgracia, todo un epígrafe de este perro muerto en combate. Marmudake era un buen perro, le gustaba salir de fiesta con su querido Guisseppe un caniche de armas tomar.
Algunos decían que Marmudake era algo superficial, exento de sentimientos, que sólo buscaba la juerga y huía de las complicaciones, pero bajo sus gafas de sol y su descapotable se escondía un buen perro que no merecía este final, pisoteado por una multitud ansiosa por entrar de una vez por todas en esa sala 1 que parece que esten reformando pues esta tardanza cada vez tiene menos explicación.
Por fin aparece una empleada del cine y no se que coño dice pues la gente no la escucha sólo empuja, inclinandonos hacia delante; la multitud parece avanzar y resulta milagroso, sin embargo Marmudake no parece respirar, máxime cuando ese medio cartel vuelve a caer y la gente ya no lo recoge, lo pisa, lo aplasta sin recordar a este perro con una muerte fría y exenta de sentimientos.

Ni un minuto de silencio, ni siquiera un lamento sólo un alma caritativa que lo recoge y fija junto a su otro medio cartel que todavía permanece en pie, luchando como la multitud, pues tras pasar el duro pasillo queda la puerta aún más estrecha. Y por fin llego a la sala todavía no repleta pues aún queda mucha gente fuera, un lujo pues puedo elegir sitio, decantandome por una butaca cerca del pasillo mientras a mi llega un suspiro, pobre Marmudake. Tras superar ese atisbo de tristeza por ese jodido perro que ni conocía, observo como por la puerta aparece un argentino repleto de propósitos y encomiendas:
- Está mal distribuiiiiiiida la saaaaala – dice a manera de lamento tras reparar como la gente corre en busca de su ansiado asiento sin seguir un orden ya preestablecido por la propia entrada.

Y pienso yo, a que llama distribución este hombre a sentarte donde te salga los cojones, a correr por un pasillo pisando e intentando no ser pisado para que luego el libre albedrío haga acto de presencia en una sala donde es preferible que nadie conozca a nadie, puesto que los grupos de más de cuatro personas a ciertas horas parece imposible que consigan sentarse juntos. Pero esto es Ibiza y estos son los cines Serra, unos cines que pasadas las nueve aún siguen dando trailers pues todavía sigue entrando gente y más gente que como piezas de tetris no encajan en los sitios libres, ya que cada vez es mas difícil casar a esas tres o cuatro personas que permanecerán alejadas de sus semejantes, para ser presa fácil de estos vampiros que se lo tienen que estar pasando de puta madre por este desbarajuste con ya más de media hora de retraso.
Y por fin comienza el espectáculo, el chocheo vampiresco con los lobos de por medio, ahí Lobezno si estuvieras ahí, con tu adamantium les cantaría las cuarenta, pero es lo que hay, colmillos y besos, y de vez en cuando unas cuantas ostias para arreglar todo ese misterio.

Tras la película vuelvo a casa, ya casi las doce de la noche, hora de la luna llena y de las mierdas vampirescas, por lo que ceno rápidamente y me acuesto para dormirme más pronto que tarde, no sin antes leer unas hojas de “Animal Tropical” de Pedro Juan Gutierrez.

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