XXIII

REFLEXIONES DESDE LA CLANDESTINIDAD DE UN AÑORADO DIARIO
(Desde la "Puta Isla de Mierda", a veces, hasta los huevos de ella)

"DE VUELTA, OTRA VEZ EN LA PUTA ISLA"

Hace tiempo que me veo a través del reflejo, de lo que era y de lo que soy en este momento. Escuchando Van Morrison, leyendo un sordido cuento, sentado, desde la fría terminal esperando mi vuelo, mientras observo a los posibles pasajeros, a los posibles ibicencos. Y sólo estoy yo, junto a la lenta agonía de mi reflejo.

Por eso escribo lo que veo, a través de mis dedos, para que un humilde portatil interprete lo que siento. Un fiel traductor de mis sentimientos que casi pierdo, pues cuando pasé el peaje casi por un momento creí que se caía de esa podrida bandeja que traspasó ese scaner que lo ve todo, o casi todo, pues obvió ese susto del que por un momento cree que pierde lo poco que hay en él verdadero. Pues eso es para mi este portatil, un medio para expresarme, de contar lo que veo, de hacer realidad mis sueños; decir lo que me salga de los cojones sin censuras, sin hacer daño a nadie, y por tanto sin remordimientos.
Confesiones de alguien que disfruta del ameno placer de quejarse, de forma indefensa, con balas de fogueo, pues siempre he huído de las injustas guerras que nos acechan.

A las cinco y media nos llamarán para embarcar, para adentrarnos en el interior de lo que llamán avión, para sentarnos mientras desde el habitaculo más alejado, alguien conduce nuestras almas indefensas por el recorrido que un ordenador le muestra. Despegaremos para después sobrevolar la superficie más etérea, sin tener opción de nada; pues ni siquiera participamos en el teatro de los sueños, ni siquiera obviamos el color del cielo, el sabor de las nubes, el lento caminar por las aceras del firmamento. Tú sólo te abrochas el cinturón y dejas que otro tome los mandos del vuelo. Como el fiel reflejo de una vida encarnada en el más insulso de los destinos.

Desde el asiento observo como una serie de comerciales paran a la gente, aunque no se quien está más molesto si el detenido por escuchar memeces o bien el vivales que trata de engatusar a la gente, de contar historias que ni el mismo cree, de vender la gilipollez como algo interesante, de autoconvencerse que es la única forma de llevar el pan a una casa, a una familia y a un sueño cada vez más roto por un trabajo en el que no cree.

En el asiento de enfrente una rubia hace las delicias de su acompañante, ataviada con un vestido naranja riveteado con flores rojas, nos muestra unas piernas tan sueltas como su falda y un pelo largo y rubio con ciertas mentiras encarnadas en un exacerbado moreno. Toma una coca-cola mientras en sus labios figuran las formas más sinuosas. Nacida para ser ibicenca, para trasladar ese mundo, el de las apariencias, a la terminal de Barajas y a un pasajero que escribe para desquitarse de sus sueños.

Un niño pequeño juega con el carro que transporta el equipaje, es todo un hacha, da vueltas y vueltas con él sin lograr impactar con la gente, se acerca por mi lado riendo, la felicidad del que nada necesita, sólo obtener el tino y la velocidad adecuada para recorrer el pasillo sin herir a nadie. Otra carrera y el carro parece descontrolarse, rozando a uno de los muchos que esperamos la hora del embarque. Rápidamente corre el padre a quitarle su ansiado juguete, sin embargo él no llora, pues rápidamente encuentra una nueva diversión con otros crios, en forma de gritos para una nueva versión de lo que ellos llaman escondite.

Veo Madrid desde la ventana y su paisaje no me suena, no me dice nada, ¿donde está esa vocecilla que antes me amarraba?, que de mi supuraba; parece haber desaparecido. Lo que me faltaba. Quizás sea porque sólo veo campo, nada de edificios. Quizás sea porque el cielo se encumbra bajo un azul tan despejado como desconocido para mí, sin rastro de polución sólo unas solitarias nubes blancas. Quizás sea porque Madrid hoy no es Madrid, o porque yo no soy yo, sólo el fiel reflejo de mi mismo.

Y el avión despega mientras siento como el tiempo pasa a su manera, de forma lenta. Todo es pausado hasta mi cuerpo, cansado por un efectivo fisioterapeuta que parece haber reactivado nuevos desperfectos. Leo poesía una vez más, así son mis vuelos, versos y más versos.
Observo desde las alturas ese Madrid cada vez más pequeño, ese Madrid que podría agarrar con mi mano y llevarlo siempre conmigo, darle de comer, hacer realidad sus sueños... ese Madrid que tanto quiero.

Por la megafonía anuncian el aterrizaje en esa Isla que me ama y destruye al mismo tiempo, a la que tanta importancia doy, a la que tanto quiero, a la que odio, a la que miro más que a mi mismo, en la que tanto pienso.
Y el mar es tan turbio como los es el tiempo, sin un triste rumor, sin una sufrida ola, sin vida, sin nada dentro. Así fue el invierno.

Y llego a casa, para dar pie a una nueva estancia en una Isla cada vez menos desconocida, cada vez más familiar y más cercana, con más recuerdos, con más momentos agradables que dejan atras esa locura del principiante que teme lo que no conoce, que es presa de sus miedos, que todavía no sabe lo que quiere.

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