10-04-10

10/04/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
Cada día me cuesta más escribir sólo lo que hago o dejo de hacer, no lo veo tan importante sólo son momentos que pasan, si no los escribo en ese mismo instante acaban en el olvido. Un desván cerrado con llave y en su interior el infinito. La chispa de ese momento depende de cómo sea plasmado por la palabra escrita. Recordar, cada vez cuesta más recordar. El momento pasado en ocasiones es sobrevalorado. Del que se aprende cuando algo tiene. Ya ni escribo en el día, el tiempo me devora, es implacable conmigo. Ni para ni se detiene. No me da ni un respiro. Cabrón sin sentimientos. Pero no debo amargarme, el diario no debe ser una ocupación que llegue a obligarme y si un momento dulce del que aprovecharme. Cuando tenga ganas escribo cuando no para que molestarme. No tiene por qué tener un guión, es libre como a mi me gusta. ¿Por qué no escribir mis rayadas?. Por eso las escribo, como escribo chorradas y todo aquello que pasa por mi cabeza. ¿Si sirve para hacer más corta mi estancia en la isla por qué no escribirlo?. Mi diario no tiene complejos, no está atado a nada ni a nadie. Me ayuda a hacer más agradable mi vida en esta puta isla de mierda. También es una forma de conocerme a mi mismo, de ser más analítico, con mis continuas conversaciones pretendo que el tiempo corra más deprisa. Cuando hablo espero mi respuesta, a veces me asusto, otras me sorprendo, también en ocasiones he acabado defraudado conmigo mismo escapando de cualquier atisbo de presunción.
Mis gilipolleces prevalecen sobre la historia, un bonito titular, “gilipolleces diarias” de un humilde sonámbulo ibicenco. Yo las veo y rápidamente hago que se acerquen, ellas saben su camino, así son las gilipolleces. Y yo voy y escribo. El diario no ha perdido su razón de ser, sólo yo navego sin rumbo fijo, algo perdido; a ciegas con mi destino sin un plan definido. Si alguien ha perdido la razón seré yo pero nunca el diario. El otro día sin ir más lejos caminaba por la calle y me cruce con mi razón, donde iría pues ni adiós me dijo. ¿Por qué tantas prisas, si esto es Ibiza?. Oye que esto es la puta isla. ¿Cuándo perdí mi razón?. Más bien ella decidió escapar, ya desde el primer día en la isla noté que algo me faltaba, no sabía qué, por eso inconscientemente empecé a explorar las calles, conocer todo lo que me rodeaba; pero realmente buscaba mi razón ya entonces perdida. Yo no lo sabía, pero ahora me doy cuenta de ello. Es cierto que en Madrid iba y venía, pero aquí en la puta isla ha optado por abandonarme. Me ha dejado sólo, mi razón intenta evolucionar, ser alguien de provecho, procura relacionarse con todos los ibicencos, les habla, partidaria de sus costumbres ríe y llora con ellos. Yo me asusté cuando noté que la había perdido, ¿dónde está mi razón?, me pregunté; incluso como he dicho antes la llegué a buscar, pero ya me he cansado. Cuando me cruzo con ella a veces la miro, otras veces agacho la cabeza, he llegado a no darle importancia se que algún día volverá, al menos para tomarnos una cerveza. Si eso ocurre que me llame antes, pues necesito tiempo para asimilarlo. ¿Si la hecho de menos os preguntareis?. Pues si, hay ocasiones que la hecho de menos. Hubo un tiempo que fue una fiel compañera. Un tiempo corto pero dejó su huella. Por eso la pido que antes avise, me puede mandar un mensaje, escribir en Facebook … hay muchas maneras.

Con razón o sin ella me vuelvo a levantar tarde, sin resaca del PACHA CHÁ, de Fito y to la pesca ibicenca. Pero una vez más tarde. Las noches también son duras en esta puta isla de mierda. Escucho “Burma Shave” de Tom Waits, un digno despertar a ritmo de jazz, el único antídoto para olvidar el retumbar electrónico de una noche ibicenca y el continuo ruido que aún parece sufrir mi cabeza. Olvídate de la noche ibicenca que todo lo puebla, ya pasó lo peor. Disfruta de la sencillez de ese piano y como de él nace una hermosa melodía.
Escribo un nuevo cartel sobre la puerta, un 2 – 0 le digo al compañero, la porra del R.Madrid- Barcelona ya está puesta. El sin duda alguna me responderá, si no estoy dejará otra nota, espero no tan extensa como lo son sus ya famosos monólogos. El apoyará incondicionalmente a los blaugranas, a ritmo de monólogo, a ritmo de bucle ibicenco.
Es tarde para el desayuno y pronto para la comida; me alimento en una mezcla que no representa ni a la una ni a la otra. Proteínas, calorías, hidratos y también grasas todavía insuficientes para mi cuerpo, terminan acumuladas bajo una curva, victima de unos pliegues y una flacidez casi infantil. Nuestra amiga la tripa, en este caso con cierta procedencia ibicenca. Sonríe, sabe que no puedo con ella. Anda a sus anchas por la isla, se cree inmune al escaso ejercicio, a la inexistente dieta y como no, a alguna que otra comilona. En un afán continuo por satisfacer los caprichos de mi cuerpo doy rienda suelta a una más que peligrosa inmunidad, que cae en manos inadecuadas, en manos de esa curva que ha hecho suya mi tripa.
- Ya te pillaré por banda – la amenazo con más palabras que hechos.
- No caerá esa breva – me contesta muy crecida ella, pues sabe que cualquier esfuerzo es inútil. Ya ha adquirido las escrituras, se ha establecido y será todo menos fácil su desalojo.

Limpieza de suelos en una y otra habitación, previo barrido de toda la sufrida mierda. Suena “Jersey Girl” de Tom Waits, cierro los ojos y me traslado a otro lugar, un desconocido mundo que me es familiar pero no conozco, pero que me ayuda a alejarme de la isla. No necesito metro ni autobús, ni siquiera voy en coche, sin embargo me desplazo con la ayuda de la música.
Decido ir a San Antonio para ser testigo de una nueva puesta de sol, de esa agua cristalina, ese cielo plagado de curiosos colores; sentado en el paseo con un libro, mi bebida y algo de música tras unos auriculares. Un momento idílico. Algo mágico como dijo aquella camarera. Tras la puesta de sol, rumbo a “La Sirena”, todavía abierta y con tiempo suficiente para comprar unos oscuros bermudas. Otros pantalones a mi colección de ropa oscura. Todo oscuro tras la puesta de sol como lo es mi ropa, sólo el agua cristalina de la playa, mágicamente todavía es visible, bajo unos extraordinarios colores que ni mi cámara de fotos no es capaz de plasmar fielmente. La tecnología se rinde a la naturaleza, a la belleza de unas vistas idílicas. Y nuevamente soy testigo de algo mágico como dijo aquella camarera.
Cojo el “OLO” ahora dirección a casa y ese R.Madrid – Barsa en el Bernabeu, con la liga en juego. Vale que yo no juego, gane quien gane yo no gano nada y hasta me suda la polla estas figuritas del balón redondo, que se creen lo que no son. Pero me gusta el buen rollo, los piques sanos y la pasión por el deporte. Sin embargo nada me dicen los propios futbolistas, subidos hasta los altares sólo nos aportan entretenimiento y algunos ni eso. Sobrevalorados por la sociedad la mayoría de ellos ni son deportistas. Leemos sus comentarios, ¿acaso sus palabras sirven de ejemplo?. ¿Qué han descubierto? ¿Qué han hecho por la sociedad para que tengan tanta influencia?. No lo entiendo, es un deporte y a veces ni eso. Sin embargo llenan y llenan titulares de periódicos y nosotros lo leemos, horas y horas de radio que escuchamos. Millonarios cada vez más jóvenes que sólo se miran ellos. ¿Qué saben de la vida, qué saben del sufrimiento?. Forman parte de la élite y alardean de ello. Tampoco veo ese espíritu limpio, esa capacidad de superación que ofrece el deporte. El dinero todo lo puede, dobla el espíritu distorsionando con facilidad la realidad. Para mostrarte alejado de la realidad, en tu estúpida burbuja de mierda.
Sentados sobre el sillón del salón, fijamente mirando la televisión. Mi compañero comiendo pipas, la única forma de escapar de sus monólogos. Él mismo sabe que es preso de ellos, por eso come de forma continuada, mientras el partido de futbol se desarrolla con una aparente igualdad. Junto a la continua peregrinación de pipas, el compañero de piso se hace acompañar por unos cascos que forman parte de una pequeña radio. En voz alta comparte la opinión de la que hacen gala los numerosos comentaristas deportivos que parecen poblar las ondas; a mi me suda la polla lo que digan pues el Madrid no está jugando una puta mierda. Un desastre de equipo que no es capaz de dar dos pases seguidos, no hay triangulaciones, en un año no han hecho sus deberes. Sólo saben coger el balón y regatearse rivales; eso no es futbol señores. A la media hora de partido, pase de Xavi y gol de Messi. Se veía venir. Mi compañero grita gol y “yo me cago en to”. Durante el descanso me papeo una completa ensalada. Comienza la segunda parte y todo sigue igual; nada han aprendido. El Barsa a sus anchas, Cristiano Ronaldo corriendo y corriendo sólo sortea rivales ni se fija en sus compañeros. Higuaín un farsante más se sigue escondiendo, todos van por caminos diferentes, no hay grupo y si algo hay son cada vez más y más huecos. Gol de Pedrito, como no a pase de Xavi. Otra vez libre de marca, ¿Cómo voy a correr detrás de otro tio, pensarán los mediocentros?. ¿Quién cubre a Xavi?. Defender menudo desprestigio para un mediocentro, para la defensa, incluso para todo el equipo. Con el pitido final me voy por la puerta, mientras que desde el portal se oyen los gritos del compañero. Por las calles todo el mundo parece se culé, los coches pitan, la gente recorre las calles ibicencas enseñando sus banderas. Todo parece ser una pesadilla y yo estoy dentro de ella. Quedo con unos compañeros en la Plaza del Parque, ahogaremos nuestras penas en mojitos, sentado junto a la terraza en una noche fría y traicionera. Por el camino un calvo loco, grita y grita los himnos del club catalán, alza una mano mientras con la otra sujeta un bote de cerveza. Un himno tras otro, la mayoría le pita, le aclama, el héroe ibicenco por instantes ebrio. Una pena pues no podrá disfrutar de su momento. Cruza la calle una nueva canción, ha cambiado de pista y de dirección, gracias a Dios atrás le dejo.
Pedimos un mojito para cada uno, los sirve una agradable camarera, siempre sonriente, por cada instante que pasa su sonrisa llega a ser diferente ¿será siempre feliz?. Quizás sea una pose, pero a simple vista parece desbordar felicidad. Ojala fuera contagiosa. Por eso acudimos a esta terraza por agradable sonrisa, ¿no será mejor que te sirva alguien así?. También es cierto que la chica está de muy buen ver, pero me gusta verla sonreír. No creo que sea una amabilidad fingida como la mostrada por la canaria del Eroski. Creo que podría haber conocido la felicidad. Otro mojito más y con este empiezo a vislumbrar una sensación rara. Una sombra se acerca, todavía lejana pero visible para mis llorosos ojos. Creo que es mi felicidad. Necesito otro mojito para hablar con ella. Y pido un tercer mojito. Y entonces vuelve ella. Siempre sonriente, me gusta verla sonreír pues realza sus ya atractivos rasgos. Absorbo de la pajita y a mi llega este mojito. Como si de la felicidad de la camarera se tratase junto a mi se sienta. Es mi felicidad más oscura que la de ella. Con un nuevo mojito podría hablar hasta con ella. Comienzo a dialogar mientras los hielos se deshacen con la hierbabuena. Mi felicidad es una cachonda, pero necesito otro mojito para entablar conversación con ella. Disfruto sentado mientras observo a nuestra camarera, es la más sonriente de todas las terrazas, siempre te atiende y nos obsequia con su sonrisa. Me siento un privilegiado. Nos trae patatas fritas, mientras continúo con mi tercer mojito. Joder que feliz soy. Ella vuelve a aparecer, nos quita de la mesa aquellos vasos ya vacíos, como lo estaba yo, sin que ella lo supiera, antes de que me sentara, antes de verla sonreír, antes de contagiarme, antes de ser feliz. Por eso la pregunto:
- Oye estabamos comentando que no paras de sonreir –
- Me gusta servir a la gente. Me gusta este trabajo – que bonito pienso yo, ¿cuando fue la última vez que dije que me gustaba un trabajo?. No lo se, puede que por eso no sea felíz.
- Pero ¿no llevas mucho tiempo aquí? – la dice una compañera
- Sólo llevo dos meses, estoy aprendiendo; se que todavía no lo hago bien, me falta mucho por aprender. Espero hacerlo mejor con el tiempo. – Guapa, feliz y modesta que más se puede pedir, pienso.
- Pues lo haces muy bien, además no pierdes la sonrisa – la comento dominado por un arrebato de pasión. Sin que ello sea una mentira piadosa, pues lo tiene todo esta atractiva camarera.
- Gracias, pero por desgracia no sirvo a todos igual. Si me tratan bien yo hago lo mismo. También hay clientes que son muy desagradables. Pero vosotros no sois así. Sois muy majos.

Y con estas hermosas palabras se marcha, mientras yo todavía absorto de felicidad no dejo de mirarla. Me encanta ver como se mueve. Oh, que feliz soy. No se si pedir otro mojito.
De repente la felicidad remite y los polipos comienzan a llorar por eso; de mi nariz brota una incesante moclita que cae de forma continuada. No tengo clínex, me limpiaría con la mano, pero de la fuente que es mi nariz no para de salir esta agüilla sospechosa. Sobre la mesa tampoco hay clínex, en los baños no hay papel. No puedo hacer nada, pues cansado estoy de pasar mi mano por la acuosa nariz.
Nos vamos, no sin antes despedirnos, y ya no me siento tan feliz. Tengo la sensación de hacer eses, tengo la sensación de que mis polipos quieren salir. No quieren abandonar la terraza, yo tampoco, pero es necesario que me vaya a dormir. Sigue cayendo un incesante líquido de mi nariz, mientras el frío y el aire se convierten en mis enemigos, sólo quieren que retrocedan, como lo quiero yo, como lo quieren mis polipos, como lo quiere mi nariz. Sólo tendría que seguir el rastro de esta mocosidad acuosa que dejo tras mis pasos, una mocosidad aliada con las eses, una mocosidad cada vez menos nítida, una mocosidad algo pegajosa pero más líquida que otra cosa. En el portal la llave no quiere entrar en la cerradura, yo cada vez veo menos, mis ojos llorosos sólo me ofrecen una visión de tubo, mis pasos cansados, cada vez más aliados con las eses, no hay ni rastro de felicidad pues la dejé atrás y mis polipos lo saben. Por eso lloran, por eso condeno al portal a mi infelicidad acuosa. Me quito la ropa para dormir mientras me sueno, con el ruido parece retumbar el portal, incluso moverse la isla, sin embargo todo es en vano pues de mi nariz no para de salir esa realidad acuosa. Como remedio extraigo unas gotas que caen bajo mi nariz, sólo así se calman estos polipos, no acostumbrados a los altibajos, a las pendientes, a las bajadas. Como yo no estoy acostumbrado a ver a tan agradables camareras dentro de un mundo ibicenco cada vez más extraño, repleto de felicidad y tristeza, de polipos y mocosidad acuosa, pegada por las paredes y los suelos, buscando mi receta.

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