30-03-10

30/03/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
Abro los ojos y no se para qué, con lo que tengo en la cuenta poco tengo que hacer, sino dormir,
Mientras escribo en el portátil una pareja de mosquitos me ataca, rojos que no comunistas, pues no comparten su hambre de sangre cuando atacan sin piedad mis esquivas manos. En pleno vuelo uno de ellos es zarandeado, mi brazo es más rápido que sus continuos quiebros, cayendo en picado sobre la mesa. Se reincorpora pero es demasiado tarde, pues muere aplastado por la palma de mi mano. Su compañero me ataca de frente, más ágil y rápido que su antecesor, llega casi hasta mi cara, pero consigo esquivarle.
Estos mosquitos son diferentes, una segunda generación más hábil y sangrienta me ha declarado la guerra; han mutado y son rápidos como ellos solos. No les tengo miedo pero si mucho respeto. Consiguen alejar mis manos del teclado y eso ya es mucho. Me quieren hacer pagar por mis asesinatos, en mi haber toda una generación de torpes mosquitos, caídos sin honor, los hijos de sus padres me tienen en su punta de mira, soy victima de una guerra encubierta financiada por mis continuos descuidos a la hora de limpiar. Se posan en la mesa, sobre el vaso que bebo, caminan por la pantalla del portátil, se ríen y me lanzan toda clase de improperios. Son superiores en número y comienzan a ser mi peor pesadilla.
Mato uno, pero al segundo aparece otro; son muertos que reviven de sus cenizas, sortean el camino hacia la otra vida para aparecer justo delante mío. No me dejan escribir; incluso me vacilan. Van dos muertos en mi haber, uno sobre el cuaderno, otro sobre la mesa. Aplastados por sendas servilletas. Pero no parece suficiente y de la nada aparecen más y más mosquitos, como kamikazes atacan y como héroes mueren. Sobre la mesa, a mi izquierda decenas de servilletas simulan ser sus tumbas, todas ellas con algún despojo de su cuerpo, no se sus nombres, ni falta que hace, lapidas anónimas que dan muestra de este cruel enfrentamiento.
En una atmosfera plagada de mosquitos, agito mis brazos simulando ser molinos de viento, les aturde e inician una desesperada retirada. Pero no me fío de ellos y rápidamente me hago con un salvador insecticida. Cientos de ráfagas sacuden el comedor, les persigo uno a uno, mientras huyen de su cruel destino.
Una última ráfaga y escapo por la puerta, consigo salir ileso, abrazado a mi preciado portátil. He ganado la primera batalla pero no la guerra. Sobre esta fría casa se levanta una zona de guerra. ZONA DE GUERRA: IBIZA HOUSE.

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