23-04-10

23/04/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
Antes de hacer noche cuento con unas cuantas horas de descanso que se han visto diezmadas por mi inútil tendencia a dormir más de la cuenta. Tanto sueño resulta incomprensible observando como el sol hace de la isla un lugar menos salvaje. Incluso diría que hasta parece acogedor.
El reloj marca las 12:15, hora que intuyo parece ser apropiada para levantarme, desde luego soy mi único y mejor enemigo, no hay más que verme como disfruto tirando piedras sobre mi propio tejado. Tras por fin conocer la inesperada verticalidad dirijo mis pasos a ese quehacer diario que supone cagar. Cago luego existo, ese es mi lema.
Vacío mi organismo de todo aquello que considera inservible para mi supervivencia en la puta isla de mierda.
Sin embargo no debería ser tan injusto conmigo mismo, ni tan siquiera reprocharme haber sido una vez más victima de la pereza, pues hoy contaba con una serie de circunstancias adversas. Dolor de cabeza, nada más abrir los ojos un enorme dolor golpeaba mi craneo en una especie de obras de reconstrucción, mantenimiento y mejora. Por Dios, dejad mi cabeza en paz pues no tiene arreglo y haced las obras en otros lugares más necesarios.
Una vez más la parte lumbar sigue sufriendo una psicosis permanente, quizás el colchón sea el principal causante. Y las piernas, cada vez avanzan menos, para que escatimar esfuerzos pudiendo dejarse llevar y ser rescatadas del abismo por momentos. Todo influye, como influye no tener nada en la nevera que sirva como desayuno, como influye tener la habitación patas arriba, como influye tener el cuarto de baño con aquella palabra mágica llamada desorden. Me rayan estas cuatro paredes, la habitación lejos de hacerse grande parece cansarme al más mínimo instante. No aguanto estar en la casa, no aguanto estar en el infierno aquí encerrado, mientras afuera brilla un sol libre, sin las ataduras de aquellas nubes.
Salgo al Eroski, en busca de un desayuno que bien podría llamarse comida, recorro las estanterías y los precios parecen subir de nuevo, hasta donde querrán engañarnos estos ibicencos. Isla de hipócritas, bajo su sonrisa nos roban hasta el alma. En una isla carente de nada, todo parece subir, mientras los sonámbulos se mueven entre estanterías y palees, victimas de la agonía que supone no poder llegar a fin de mes. Que sucederá en julio, y por favor que no llegue agosto, con los putos ingleses, los italianos, … hasta que cima subirán los precios. Cada día que pasa me cuesta más desayunar, comer y cenar incluso los remordimientos me atrapan nada más terminar de cagar, mi zurullo se revaloriza cada día que paso en esta isla, en noviembre no valía una mierda sin embargo ahora su precio supera todas mis expectativas. En agosto será cuando mi mierda toque el cielo, lastima no poder reciclarla, pero no hay segunda oportunidades para la mierda. La mierda es mierda y acaba en la mierda. Que lema tan simple y sencillo, como la vida misma. La vida es mierda, mierda de vida.
El desayuno es lento, mis reflejos no existen; otra vez en casa y por momentos me siento más y más preso. Debería limpiar el baño, ordenar la habitación pero no puedo.
Mientras escribo en el portátil noto como mi alma se escapa, yo la sujeto no se caiga por la ventana, en una caída al más absoluto de los vacíos, la desesperación a cambio de unos cuantos metros, caída libre y como dice la palabra libre pero sólo por unos momentos pues al final solo está el patio y más allá el infierno.
Convenzo a mi alma a cambio de una comida rápida, nada de cocinar, ni limpiar, sólo una comida grasienta, con millones de calorías, o muy dura o muy deshecha, repleta de aceite y más aceite, todo un tentempié para hacer las paces con mi alma, menudo negociante estoy hecho.
Pillo el “OLO” rumbo a Cala Tarida, recorro las carreteras y noto como mi estado de ánimo cambia, como el tiempo se hace más alegre, lejos de las cuatro paredes todo parece diferente. ¿serán las partículas ibicencas que pueblan la atmosfera? ¿Será que estoy cerca de la felicidad plena?
En mi continua búsqueda de la felicidad al fin llego a Cala Tarida, aceitoso, pero sin perder aceite, cubierto de protector y del 40 nada menos, recubierto por un portentoso sol del que espero no me caliente mucho la cabeza, pues todo lo que he dicho de él no han sido más que “frases cariñosas” sin sentido alguno; espero no las haya tomado en serio. Tumbado sobre la esterilla y una toalla si no rozo la felicidad poco le falta. Es cierto que podría unirse a la anchura de mi esterilla esa morena que pasea por la orilla de la playa, pero la utopía es algo que siempre falta. Por un momento dejo de protestar, de mirarme a mi mismo y a los demás, de buscarme entre los adentros para no encontrar nada; pues lejos de la civilización ibicenca, de esos monólogos tan familiares y de una casa cada más llena de mierda comienzo a encontrar un atisbo de lo que podría ser la denominada felicidad ibicenca. En estos momentos, sólo yo y una gaviota que vuela a ras mío, sin descender, tomando las debidas precauciones pues no sabe si ese intruso que la observa podría ser su enemigo, ese intruso carabanchelero de piel tan blanca como ella y que bebe RED BULL para quizás también echar a volar con ella.
Del IPOD a través de sus cascos suena Tracy Chapman, como también suena sin necesidad de auriculares el sonido del agua sobre la orilla y esa unión, esa simbiosis me encanta, pues es casi perfecta. Por eso respiro esa tranquilidad, sólo molesta por cierto aire que parece que se levanta. Espero no quemarme mucho, que el protector no olvide su trabajo y que el sol sea condescendiente conmigo y no se tome en serio toda la caña que le metido. Aunque debería conocerme y saber que lo que digo la mitad de la mitad. Debería conocerme como lo hago yo con las calas ibicencas lo poco valioso de esta isla de mierda.
Hoy es Cala Tarida, de tierra suave, con su islote en el centro al que puedes acceder andando sin sufrir atascos, para ver de cerca esa agua tan cristalina casi blanca cuando el sol golpea sobre ella y las olas se levantan.
Abro la neverilla y me tomo otro refresco, mi alma me lo agradece, como así lo hace mi tripa; su felicidad es plena, por eso su curva se hincha, la colina pasa a convertirse en montaña que no supera los 10.000 pero poco le falta. Ante tal desnivel mi cuerpo se contornea, optando su dueño por cambiar de postura, con la espalda fija al sol me tumbo boca abajo, asemejando una morsa en la postura, con la tripa hacia un lado y sus pliegues incorporados opto por leer “La maquina de follar” de Charles Bukowski. Que ironía la mía.
Tirado en la playa, observando, pensando en no pensar, sólo observando, esto es Ibiza; la Ibiza que me gusta, lejos de los Eroskis, de las tiendas de ropa, de los mercadillos de segunda mano, de las sonrisas a cambio de precios altos; mientras la playa no tenga precio será nuestro único refugio.
Pero todo llega a su final y debo abandonar mi estado zen, otra vez al centro de la locura, por una carretera llena de curvas hasta esa casa de la que huyo, sobre la que mi alma no quiere descansar y de la que incluso hasta cuesta respirar.
Por el camino Cala Molí, salvaje sin domesticar, con arena bajo las pequeñas piedras que la pueblan, alejada de la mano del hombre vive a su aire, sin nadie que la ocupe es ella misma, no hay toallas sobre sus piedras, sólo el sol, ella y yo. La soledad de ser ella misma, el encanto del agua, libre de edificaciones, sólo laderas con árboles. Un buen sitio para escribir si no fuera por esa incomodidad, pero ese es su encanto y su mejor defensa a la ingratitud del hombre. Que sabia es la naturaleza.
Regreso a las cuatro paredes, al techo que no deja ver el sol, a las tenues ventanas abiertas, todo insuficiente para un alma aún no curada, pero al menos despierta. Sin embargo no todo está perdido, pues la habitación ya no parece tan desordenada, todo tiene arreglo; ni el cuarto de baño tan sucio, sólo necesita una pequeña limpieza.
Doy gracias a mis horas de playa, a ese mar que todo lo cura con sólo estar tumbado bajo el sol, sobre la toalla, sin pensar en nada, solo mirar ni siquiera observar; mirar las olas, oírlas pues aunque quizás no te digan nada sólo su sonido ya relaja. A mi las olas me dirán algo lo se, pues todo tiene un sentido en la naturaleza y es por eso por lo que las escucho.
Me baño y pillo el “OLO” para una noche en el curro. Espero que pase rápido.

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