09-05-10

09/05/10 DIARIO DE UN IBICENCO
(From Ibiza with Love – Tribute Lisbeth Salander)
No veo ninguna gaviota desde la ventana, solo a lo lejos justo encima de una azotea consigo divisar una solitaria paloma, pero sólo es un instante, pues decide remontar el vuelo aprovechando una corriente de aire que pasa junto a ella. El “Patio de la Muerte” se encuentra también vacío, ¿dónde estarán todos?, viendo la formula1, disfrutando de un soleado día de playa, cualquier cosa excepto estar en casa.
La resaca laboral me tiene atado de pies y manos, las piernas cansadas, medio aturdido con la cabeza postrada sobre los hombros como un simple adorno, pues de nada sirve, dentro de ella una tormenta retumba tras mis oídos, nada tengo que hacer sino seguir durmiendo.
Un desayuno a base de cereales y plátano, no se cuantas vitaminas y no se cuanto potasio, sin embargo no noto como ese flujo de energía entra en en mi cuerpo, la vida sigue igual, el sonambulismo una obligada opción de la que escapar nunca puedo.
Hoy es un buen día, el sol aprieta pero no ahoga a causa de un salvador aire que desbarata cualquier subida de temperatura. Sin embargo a mi me molesta el aire, acostumbrado al asfixiante sol madrileño no comprendo la función de ningún intermediario. Aunque posiblemente esté equivocado y cuando llegue ese esperado verano, me acordaré de este bendito aire. Así es mi inconformismo, echar de menos de lo que nada espero, pues tampoco creo que el aire tenga tanta entidad como para tocarme las pelotas, sin embargo yo le hago mi enemigo, le bacilo de buen rollo, tampoco le jodo pero si saco punta a sus intenciones, sin embargo cuando se vaya y el sol domine esta puta isla de mierda, le mandaré una carta, o un sms, quizás un correo y le diré “donde estás cabrón que te echo de menos, ¿por que te has pirado y nos has dejado solo con este puto calor de mierda?. Se quedará más confundido aún, flipando en colores, pensando a este tio no hay quien le comprenda.
Pero así soy, incomprensible como la vida misma, como la vida misma, como la naturaleza … ni yo mismo me comprendo ¿pero quien soy yo?

Decido comprar la comida, pues sinceramente no tengo ganas de cocinar, ni fregar, ni limpiar, ni toda esa mierda que conlleva cocinar una mísera tortilla de atun. Me hago con una fideua y unos chipirones, con melón de postre. Sin embargo la comida me resulta demasiado pesada, el cuerpo me dice basta y suplica una merecida siesta. Me echo sobre la cama y cierro los ojos, trato de no gastar energías pues las reservo para esa lucha interna que se avecina en mi estomago. Hay un alien que matar. La comida y el desayuno se hacen fuertes, la lucha final se acerca, yo me quedo sobado y que sea lo que Dios quiera. Antes de caer dormido una pequeña ayuda un GELOCATIL y una infusión “Digestive” de POMPADOUR, la primera para la puta cabeza que parece estallar por momentos, la segunda para el jodido estómago, un campo de batalla dominado por un puto alien de mierda. Cierro los ojos y sólo descanso, aunque a ratos duermo.
A las 16:30 suena el despertador, me levanto y me preparo el uniforme de ibicenco para ver el mercadillo medieval que han montado en DALT VILA. Por lo visto, esa zona de la ciudad es patrimonio artístico de la humanidad, y yo sin saberlo. Quedo con un compañero de trabajo y nos dirigimos al castillo, subimos por mil y una cuestas, mezclándonos entre los ibicencos y los numerosos turistas que con sus cámaras de fotos fotografían todo lo que se mueve. A cada lado de las estrechas calles hay numerosos puestos dedicados a la venta de todo tipo de charcutería, infusiones, te, jabones, medallas, colgantes … nunca sin perder ese aire medieval que puebla el mercadillo. Los tenderos disfrazados con los trajes de la época intentan dar un toque de realismo al tema. De vez en cuando aparece una banda de música, primero fueron un grupo de elfos que con sus flautas y gaitas nos deleitaron con un ameno pasacalles, después una especie de orcos y finalmente un grupo de teatro que con sus tambores y movimientos nos hicieron sonreir por momentos. Mi compañero de trabajo sólo ve gallegos, echa de menos su tierra, más aún de lo que yo pueda añorar Madrid.
- Mira están esos elfos gallegos – me comenta cuando ve la banda de música
- ¿Y tú como sabes que son gallegos? – le contesto
- ¿Pues no ves como tocan las gaitas? – me dice entusiasmado por el sónido de esas gaitas al parecer también gallegas.

Todo es cuesta arriba como en ocasiones la vida, por calles estrechas y sinuosas pero algo de energías tengo y por momentos el tipo mantengo. Llegamos a una especie de plaza, no muy grande pero lo suficiente para montar una carpa y unas sillas, encima del suelo unas alfombras y sobre todo música árabe para tomar todo tipo de te y kebaps. Seguimos adelante y se puede ver el mar, unas vistas de puta madre, pues de eso se trata en Ibiza, ver y ver … de vez en cuando fotografiar, pero sobre todo ver y ver, eso es la puta isla de mierda.
- Mira que vistas, así también las hay en Galicia. Allí también se hacen mercadillos medievales y mejores que este. Aquí siempre es lo mismo. Todos los puestos son parecidos – me dice mientras que de su rostro se desprende cierta añoranza a su tierra.
- En mi barrio también hay un mercadillo, todos los jueves se ponen los gitanos a vender “malacatones” como dicen ellos. – le contesto aunque no se si con cierta añoranza.

Una pequeña bajada, al fin un respiro, de nuevo decenas de puestos, uno de ellos vende bolsos, pulseras … todo de cuero, otro innumerables espadas todas simulando la época del medievo. Pero un puesto le llama la atención a mi amigo el gallego, en él venden toda clase de quesos:
- Mira un puesto gallego, esos quesos son de mi tierra, ¿ves el cartel que tienen? quesos gallegos – me dice orgulloso de sus orígenes.

Pero yo tengo la mirada fija en otro lado, pues dos puestos más adelante quedo impresionado con una verdadera chica del medievo. En su puesto, vende … no se que cojones vende pues no me fijo en eso. Me fijo en como su pelo rubio tan liso como largo cae por debajo de sus hombros, encima de su cabeza ostenta una cinta de color azul como sus ojos, su piel es blanca como su sonrisa, toda una damisela del medievo. Fijo que estaría rodeada de mil pretendientes, caballeros o como se les llamara entonces. Pues nada ha cambiado con el paso del tiempo, como si fuéramos del medievo el puesto continúa rodeado de lo que parecen hombres tan sedientos como aquellos, mientras el tío del puesto de al lado nada vende, un hombre tan solitario como resignado, maldice estar tan pegado en la distancia a esta doncella. Me fijo en ella y una vez más creo estar en la época medieval, parece no ser una imitación cuando todo es real. Como así lo están esos hombres del medievo, enfrascados en continuas luchas, luchar y follar eso hacían, lo mismo que ahora; nada ha cambiado en lo que para algunos es el mundo civilizado, dominado por arte de matar. Las continuas luchas de antes son las de ahora, las mismas diferencias matar y cuando se deja de matar procrear. Eso hacían y eso hacen.

Seguimos subiendo, junto a guiris e ibicencos, mis piernas aguantan y no protesto, ¿la felicidad llama a mi puerta?, no lo se pero aunque parezca mentira no protesto. ¿Habré sido presa de las partículas ibicencas?, espero que no pues quiero ser libre, esperaré pues raro es que no proteste por algo, pues no hay partículas que puedan callarme.
La siguiente parada es la más interesante pues junto a un cuidador 2 halcones, 2 águilas, una lechuza y 3 buhos reposan sentados observándonos como así lo hacemos nosotros con ellos. El buho grande de vez en cuando salta, hasta los cojones está de tanto gilipollas, mira hacia la izquierda, después a la derecha para posteriormente girar ciento ochenta grados, pero sólo ve gilipollas por lo que vuelve a sentarse de nuevo. Cada cierto tiempo hace lo mismo, quizás esté buscando algún lumbreras, me conmueve su fe pues si algo hay en este mundo son gilipollas.
- ¿Cómo vas? – me comenta el compañero.
- Yo aguanto el tipo, como Rosendo. ¿Y tú? – le contesto adjuntando junto a mis palabras un dato informativo de gran valía. Rosendo Mercado, personaje insigne del pueblo carabanchelero.
- Yo soy gallego duro, subo por los campos y las colinas – me dice orgulloso de su tierra natal.
- Yo soy corredor de fondo, logré terminar las carreras populares de Carabanchel y el Zofio. – le digo con cierta añoranza a aquellos tiempos donde la tripa era una desconocida para mi, que apenas tenía nombre.


Seguimos subiendo y llegamos a una plaza, donde se puede comer bajo unas carpas. Cientos de mesas, cientos de sillas y lo que es más importante, esos churrascos que estos hombres del medievo están asando. Me sentaría y me comería algún costillar de esos, pero hay que currar y lo que menos tenemos es tiempo. Al fondo del todo un escenario para conciertos, todo casi perfecto pues la plaza me parece demasiado pequeña para alojar a tanto fan del medievo. Pero yo me piro a casa, para cambiarme e ir al puto curro, y no podré convivir con la masa cuando esté apretujada, cuando esté zampando toda esa carnaza, cuando esté sudando junto al olor del asado, cuando estén botando junto a una música que supongo será algo medieval.
Tras llegar a casa una buena cagada, me sorprendo pues es la primera vez que cago hoy, quizás por eso me ha costado tanto escribir, pues cagando me siento inspirado, me llevo un cuaderno y escribo lo que siento, lo que recuerdo, mientras la mierda cae bajo un extraño sentimiento. Tras cagar, un segundo paso tan importante como expulsar todo lo sobrante, tirar de la cadena. No muy fuerte, pues la cisterna como lo estoy yo, da síntomas de encontrarse algo jodida. Todo se pega … excepto la hermosura. Aunque cagar no es sinónimo de belleza, más bien todo lo contrario, sobre todo cuando llegue el verano, con un baño cubierto por la humedad, dominado por el calor y el menda sudando y cagando, vaya imagen. Todo menos surrealista.

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