XV

REFLEXIONES DESDE LA CLANDESTINIDAD
(Desde la "Puta Isla de Mierda", a veces, hasta los huevos de ella)

Corro a lavarme la boca, mis dientes están en estado de alerta, el sarro que corre por ellos cada vez abarca más territorio, al igual que la soledad esa val gama de negro cada vez adquiere más fuerza, convirtiéndose en una estructura tan resistente como pesada, imposible de doblegar pues adquiere raíces cada vez más profundas. No hay solución salvo una limpieza de boca, ya no es tiempo para el LISTERINE, ni ese nuevo remedio barato llamado KEMPHOR.

Todo está perdido si no acudo a Madrid para encontrarme con un dentista capaz de arreglar este desaguisado, lavarme la boca sólo es retrasar lo inevitable, pues dentro del proceso de ibicenquización al que me veo expuesto nunca he tenido la intención de acudir a un matasanos o un jode-dientes del lugar.

Mientras me lavo la boca noto como entre los dientes hay múltiples restos de comida, no se si debería guardar tal cantidad de alimento, pues si lo junto todo en un plato casi me ahorro la cena. En lo sucesivo quizás debería plantearme una higiene dental algo más completa, es cierto que perdería más tiempo pero a la larga sería algo más beneficioso. Al menos eso creo.

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Por fin me he comprado unos cascos nuevos, de los anteriores poco hay que decir, su labor fue caer victimas del sudor, carcomidos tras el espesor de la carrera, de la agonía del runner bajo la humedad espesa que corroe... esta “Puta Isla de Mierda”.

Voy al Hipercentro y allí me hago con ellos, pago un módico precio pues no soy amigo de lo ajeno; compro los más baratos, ya no hago experimentos, aparte de estar cansado de pagar ese sobreprecio con el que nos brindan los putos baleáricos.
Todavía recuerdo cuando fui a la farmacia que hay cerca de mi casa, estaba pagando un protector solar y llegó un compañero de trabajo para salvarme el pellejo. “Es amigo mío le dijo al dependiente” y entonces sorpresivamente llegó una rebaja de más de un euro.

No entiendo nada, pues no somos turistas que en un mes no les importa gastarse lo que no está en los escritos, pues lo que buscan es disfrutar de sus vacaciones, sin penurias, escapando de la cruel dependencia a la que nos ata el dinero. Nosotros somos funcionarios, estamos aquí todo el año, cotizamos y de vez en cuando trabajamos o hacemos que trabajamos.
Pero residimos aquí joder, vivimos aquí joder, somos parte integrante de esta “Puta Isla de Mierda” y así nos lo pagan, jodiendonos suavemente, sin decirnos nada, pues el alivio del extranjero consiste en obviar la realidad que circula por los crueles pensamientos de todos aquellos que no te conocen, de todos aquellos que se aprovechan de lo que eres, un desconocido en un lugar tan nuevo como jodidamente cruel y desalmado.
Por eso cuando salí de la tienda tuve la sensación de ser victima de un engaño continuado que se prolongaría mientras viviese en esta “Puta Isla de Mierda”, y es entonces cuando la maldad hizo aparición y llegué a esta conclusión: “Si quieren esta isla de mierda pues que se la metan por el culo, pues yo estoy cansado de tanta apariencia y de tanto engaño, pues a la postre somos nosotros los funcionarios los que levantamos el chiringo ya que somos los que les damos de comer todo el año”.

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