Retazos de un añorado diario

Ayer me retiré pronto, o más bien escapé de cualquier expectativa que me deparara la noche; cansado por repetir secuencias similares a lo largo de los años, cada vez aguanto menos, posiblemente el paso del tiempo haya contraído mi añorada paciencia.

Llegué a casa con dolor de estómago, por eso fui a cagar directamente, pero el antaño salvador remedio no me provocó más que una placida y larga agonía de ruido y extravagantes movimientos estomacales. Miré el reloj, eran las tres de la madrugada y decidí describir esa sensación de no soportar las adversidades como antes. Para eso me agarré a las palabras e intenté que de algún modo no distrajeran ese sentimiento, esa realidad que cruelmente me ha hecho sentirme viejo una vez más.
Y esto fue lo que escribí:

“Todo a oscuras como un frágil espíritu cariacontecido en un sumidero de perdición, solo mi luz y la del vecino, mi habitación y lo que parece su cocina. Me quito la ropa y me recuesto en la cama, ni siquiera duermo, sólo un bostezo para desembocar en un simple sueño, pero hoy no toca ni eso. Me doy la vuelta y hago recuento de los días, meses y años que llevo ya soportados. Esas jodidas noches... Y me doy cuenta como mi cuerpo cada vez aguanta menos los contratiempos. Y aunque en ocasiones tengamos desavenencias reconozco que son muchos los años dando el callo, soportando noches duras, de botellón, de no hacer lo que uno quiere, de justificar lo que no entiendes, de beber hasta decir basta y de no parar, aunque no te guste la música, ni la gente que habita en un determinado pub; pues sólo buscas ese punto que te haga olvidar lo pesado y tedioso que pueden ser las aglomeraciones, lo insoportable que puede ser el ruido, el humo del tabaco, la falta de espacio. Todo eso en una noche, repetida en tantas y tantas ocasiones. Y que nunca tendrá fin por desgracia.


Por eso huyo de los soportales, de esos pubs invernales que gobiernan esta “Puta Isla de Mierda”, pues ya no aguanto la música alta, ni esa especie de pachanga de la que estos locales hacen gala. Ni el humo a tabaco, ni el aire acondicionado, ni tanta gente moviéndose a un son a la vez tan extraño como lejano, casi insoportable. Y son tantas cicatrices recibidas en Madrid, en Salamanca, en Zaragoza, en Toledo, y en tan distintos lugares… que ya poco en mi queda de verdadero. Ni un mínimo de espíritu, ni siquiera algo de vergüenza; por eso me jode abandonar el barco tan temprano, pero ya estoy cansado de todo esto. Pues estas heridas sólo las soporto yo. Al igual que esta resignación, que me hace descansar entre fuego y cenizas, entre lo que era y lo que soy”.

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