Retazos de un añorado diario (III)

Miro el “Patio de la Muerte”, ese patio situado bajo nuestro edificio y que esconde todo tipo de objetos, chanclas, un cazo metálico, una bata, bolsas, multitud de calzoncillos, de pinzas… todo ahí caído, sucio y desprotegido, tan libre pero a la vez tan perdido, sólo un involuntario descuido y todo aquello que deseas caerá a ese brutal vacío.

Pues cada objeto corresponde a una porción de la vida de cada vecino, de nuestros deseos hechos realidad, de la lucha por adquirir un bien que quieres que sea tuyo y que ahora le ves tirado y moribundo; entre otros tantos, entre tanta mierda de pájaro, encima de un suelo sucio y olvidado.

Y comienzas a pensar que clase de comunidad somos cuando nadie es capaz de rescatar esos bienes tan preciados, ni existe una puerta abierta que nos conduzca directamente a ese jodido patio de las desdichas, a ese dueño que se esconde de todo lo que constituya colaborar en pro de una comunidad cada vez más triste y relegada a unos sentimientos cada vez más separados.

Y mi corazón cae como mi esperanza, cuando veo como una chiquilla salta como si fuera un gato desde una de las terrazas que rodean el patio, para recoger todas las pinzas de la ropa que hay en el suelo, así como una pelota, como un bolígrafo que antaño era mío, como ese cazo que posiblemente será de otro vecino. Y se lo guarda todo en una bolsa mientras su madre la dice que apresure y se haga con todo lo que pueda, pues cuanto más coja más tendrán ellas.

¿Será esto la vida?, me pregunto; el estigma que nos persigue y nos condena a aprovecharnos de todo lo que nos beneficia, sin reparar en un prójimo, en ese alguien tan lejano como al mismo tiempo tan cercano. Pues quien no ha perdido algo que desearía recuperar. Quien no se ha visto expuesto por un error que le gustaría reparar.

0 comentarios:

Publicar un comentario