El hombre del tiempo V

A través de los pocos momentos en los que uno no desespera en este islote de mierda, podría decirse que llegas a alcanzar la perfección en el bello arte de no hacer nada. Gran cualidad esa.
Esto es tranquilidad, dicen los abogados defensores de tan dichoso lugar. Bueno, no soy yo el que debiera discernir de tal bella afirmación, sin emba
rgo, sería conveniente no confundir la continua letanía del pasarse el día amarrado a las postrimerías de la cama, sin dar un palo al agua, con el simple hecho de disfrutar de tu tiempo de ocio. Aquél ganado con el pulso de tu esfuerzo, como a cada uno le venga en gana.

Pues la continua búsqueda de actividades con las que matar a ese tiempo que incomprensiblemente nos daña, es ciertamente frustrante, pues la propia isla, a modo de lema sino de bandera, se desvive tras el axioma del no hacer nada. Imponiéndolo de una manera u otra. Y ¿qué armas utiliza para tal efectivo plan?. Bueno pues una de ellas se fundamenta en el elevado precio de cada una de las insignificantes actividades que ofrece.

Convirtiéndote así, de buenas a primeras, en un miembro más del elitista grupo que no se engaña a si mismo, porque no le queda más remedio. Ya que una vez pasas por caja, no queda otra que justificar el elevado desembolso, bajo palabras tan encomiables como “Esto es Ibiza” o “Así es esta bella isla” y así sucesivamente, dentro de ese reguero de piropos que se vierten sobre lo que es este agujero.
Pues lo de llamarnos gilipollas a nosotros mismos tampoco es frecuente, ni conveniente por así decirlo.

Así que menos que sacar brillo a las tardes con el jugo del deporte y el sano corpore de un gimnasio tan nuevo como el que acaban de inaugurar aquí en la propia isla, entre los más inmortales alardes y vítores, situado en mitad de un descampado. Un aislado páramo repleto de naves que sobreviven con arrojo y que en cualquier urbe sería un polígono industrial sin mas imagen que la de los propios coches circulando entre el humo de sus tubos de escape mientras sortean a los contados transeúntes que andan por allí medio despistados. Pero aquí en este idílico lugar esa misma imagen es un lujo que hay que pagarlo.

¿Y cuanto dirán ustedes que vale tal honor para nuestros ojos?. 65 eurakos, nada menos. Mas una matrícula aparte. Pues hay que estar matriculados oficialmente para presumir que formas parte del juego. Un juego con unas sencillas instrucciones, pagar. Pues si no pagas, te jodes.

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